miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Fiesta

La Fiesta


Lugar de sudor y moscas. Comida servida. Un corazón de piedra, pájaros que no pueden escapar. Cenizas con plátano y la memoria del muerto, borra todo rastro de su ser y evocación posible. Olvidar el paraíso.

O.

Por el pecado de haber vivido. Todas las banderas están guardadas. Justo. Sopla el viento. Contaminando el aire, espera. Es un suicidio lloviendo. Se espanta. Encuentra. Se va aquí. Allá. El suave y pacifico fin alcanzado. El amor, ausente en el circo. Cae lloviendo y es una larga lluvia la que va a caer. Y así llueve. Feo. Cubiertos de oro y vajilla frágil. Porcelana china.


O.
A.
Ese.

Mundo iluminado lleno de palabras sin sentido. sufrir y padeciendo destierro. Voces que llegan a la mesa. Sin eco. Ni acústica. Vacías, silenciosas. La sagrada confesión. Gritando urgencias. Para salvarse del fuego, del tormento y el pecado. VEO un caballo de cobre, flotando en transparencias. VEO. Una mujer vestida de blanco y sangre. Castigando su espalda con una rosa marchita. VEO. Un hombre desnudo caminando en cuatro patas en el aire. Montado en un animal de cinco cabezas encendidas, y la cola entumecida entre sus piernas. VEO. Alguien que asesina todas las mañanas, VEO agua, lodo y manchas imborrables. VEO. VEO algo haciendo ruido, el espanto de la muerte, el cansancio físico, la falta de sentido, la ausencia del amor. El invento de Dios y un anciano sentado mirando la pasión. VEO un presagio y una pregunta. VEO. Como todo se ha perdido y me voy, sin estrellas ni luna. Negro. Como una vagina de piedra, húmeda, patinada de dulces fieras que atacan. Toda la noche, y toda la noche así. Toda la noche así.
Vertical, cayendo de brazos abrazando el aire y la tierra. Escucho. Sin aguas. Tratando decir suelto, sin pensar en el oído. Sordo, sin ser y fragmentos móviles que nunca terminan de caer.

Vidrio. Móviles.
Mitos.

Monumentales monumentos. Música. Quien espera, baila un tango argentino. Amor. Un montón de gente desnuda en un abrazo. Un montón de gente matándose en un campo verde. Verde. Un hermoso cielo, la cosa más hermosa de la tierra, adentro. Yo. Ya no me acuerdo. Es verdad. Como el silencio. Amén. Amen, mal acompañado, repetido..

Siempre.

Arena reflejando el sol. Una orilla.

Orillándome. Caigo en un mar salado y denso. Aquellos zapatos de mi niñez. Reyes magos que no cumplían los deseos. Eran una manada de cerdos rosados. Bienes - alimentados. El hambre allí, insaciable. Espera. A la hora del postre. Rememorando anaranjadas mentiras.

Jamás.

Axial. Rozaban la madera oxidada. De la cruz. Una piedra en el acerado espejo. Un alma sin corazón. Una muerte muerta. Asesinada tantas veces, colmada de limpios caracoles. Azules, rojos y amarillos, flotando en una arena límpida y gastada. Lavada. Fueron rocas. Negras. La vida. Deseada. Levemente caigo, sin ruido. Adentro. Un bisonte malherido por una sanguijuela, se me clava en la espalda.
Un grillo canta, en un atardecer contaminado. Cerrado. En sus venas, la salud, enferma.

Ojo.
Mira muerto.

Lleno de calmantes y de calma. Que no calma. Tapa, esconde, Cinturón. Sin sentido y frontera. puntos de costura. Que serán por siempre. Una firma. . Narciso se erige con fuerza, esgrimiendo una espada invencible. Antigona que trata enterrar lo que no puede y se inscribe para siempre. En lo real. Medea devorando a sus hijos para que no los mate el poder. Sin perdonarlos.

La madre asesina. Observa impávida. Bordeando la noticia de la restitución, enterarse.

No interesa.
Sin rituales funerarios devendrá la tragedia.

Cobijar. Su ausencia.

No toques el agua. El frío de tu cuerpo, va a congelar el lago. Me podrás alcanzar. En mi carrera veo una mujer con sus tetas amarillas. Erectos pezones, acompañada por un soldado con su pecho atravesado. Por una bala metalúrgica.

Creada.
Para él.

Hace tanto tiempo atrás. La espalda arde. Exhalando un perfume de lavanda. Fresco. Nuevo. Atrás. Y VEO. Una pila de carnívoros chacales. Dos personajes y un martillo borrador. Una huella en la piedra. Y VEO. Una tormenta. Volteando al sudeste sobre un torso arquetípico. Zapateando. El último desfile de mascaras sostenido Y VEO. La ultima Cena. Desplegándose en contrastes y valores. Grises. Aromáticos. VEO senadores, montados en un elefante blanco haciendo equilibrio sobre un diamante que refleja la luz de Dios. Inmutable. Perfecta. Sin deseo. Los deformes, los jorobados, los paralíticos, los deprimidos, los mentirosos, los valientes, los que están locos, los enamorados, los melancólicos, los antiguos, los siniestros, los innombrables, los crudos, los sabios, los ladrones, los falsos, los negociantes, los asesinos, los ricos y los pobres, los navegantes, los investigadores, los aventureros, los profesionales, los crueles, los perversos, los poderosos, los normales, los traicionados, los que lloran, los que ríen, los que creen que la vida esta quieta, los jueces, los negros, los blancos, los religiosos, los ateos, los tímidos, los escrupulosos asexuados y los que nunca estuvieron en una fiesta. Bailan. En silencio. Materia prima humana. Toda junta. Hecha de palabras gritadas, ruidos y olores. Sosteniendo pancartas. Anuncios y modas.

Navegan.


Al son del tango sordo, que expresa con voz ronca y quebrada. Un ritmo perfecto y aplomado que hoy se estrena. Territorio. Transpirando un deseo prohibido. Privado. Desplazándose en secreto. En secretos. La madre asesina. Observa impávida. El hambre, se abre insaciable. Espera. Y VEO. Otra pila de carnívoros chacales. Dos personajes y un martillo borrador. Una huella en la piedra. Ahora. Es esperanza.

Una firma blanca en la piedra negra.

El orden de lo esencial. Perdido. En un imprescindible martillazo, cambiara radicalmente de un golpe. Transformador. La pareja imaginaria en el leal, se derrumba después del doble crimen. Entretejido en exilio y entrega.
Infidelidad. Trama y trama. Es un fantasma. Es un traidor. Es un verdugo. Segmento dañado, no se reconstruye. Será otra.

Y otra.
Y otra.

No en este par, ni en el que vendrá. Nombres en lista blanca. Dos nuevos personajes. PAR, amalgama en el amor falso y el infalible destierro. CERTEZA, para no sentirse solo. Repetido agasajo de glotones. Gigantesca comilona. Chismes y luminarias iluminadas arribando. El hambre gran devorador. Almacena y ve. La madre asesina observa impávida. Solo resta ampararse en un mar dulce y vacío, en donde la sed se habrá acabado. Tradición.

O.
Infidelidad.

Carne, huesos, mentira y miedo, energías y el poder. Vida miedosa a enfrentar el paso militar. Marcado. El hambre. Repara, y la madre asesina está en la mira. Imperturbable. Par y Certeza acompasan el ritmo de la partida.
La fiera se orienta mejor.

La fiesta.

Una marcha de grandes asesinos. Los bailarines y su tango, disfrutan de lo verdadero. Abúlicos. Tarde se verán, vencidos, cansados. Nace. Alguien muere. Aquel que todo puede. No puede. Lastima muy. Pero muy fuerte sin siquiera percibirlo. Otra, otra, otra, otra vez se deja inscripta. Una marca. Corporal. Un ombligo. Que respira ahogándose en leche materna. Caliente. Quema. Fuerte, muy fuerte. Es la fuerte lluvia, que destruye interminable, lo que encuentra. A su paso. Nacimiento. El destino se corta y el hálito comienza. Llenándose a sí misma. La demanda, insatisfecha, alimenta gemido.

El primer grito.
El primer eco.

O.

Los griegos también se me vienen encima. En sus pesadas estanterías. Pesas. Llenas de polvo antiguo. Caen cuadrados, siniestros, caminando. Sueltos como un doberman, alemán salvaje y feroz. Flaco y hambriento.

De

Campos de concentración. Perdidos. Que apiñan condenados. Amputados. Cuanto sueño. Tengo. No me acuerdo los días. Viejos. Donde las bolitas de vidrio, corrían empecinadas. En la empinada senda de una ciudad gris, americana. Golpes. Pronto. Volteo hacia la puerta cerrada. Asomo por una nariz. Peluda. Mucosa y ajena.

Vigilo.
A.
Los amantes. Bailando. Enroscados, en un amoroso acto.
Sobre un colchón de estrellas de punta afilada. Suponiendo. Que no descubro su recóndito secreto. Las vacas caminan por los cerros. Mientras. Los perros mueven sus colas. Y el mundo está feliz. Danzando el tango. Sigue. El hambre compensa, y la madre asesina naciente. Inconmovible. Par y Certeza ajustan el ritmo de la partida.

La fiera se acomoda mejor.

Vino y vino. Ella. La cantante, de voz ronca y sonora. Comenzó a decir. Bordeando. Sonidos musicales que nunca nadie entendió.

O.
El sacrificio.

Lo que no se sabe que se sabe, es inmolado. Infortunio de ser. De que florezca en la palabra, la admisión y el desengaño. Firmo y afirmo en la roca.
Esta vez.

Negro.
Sobre negro.

Negro marfil. Carcomo y desgasto. Estampo un saber que se ignora como una doble huella de ser. El hambre desagravia, y la madre asesina se
enaltece. Inexorable. Par y Certeza ajustan el ritmo del destierro.

La fiera se emplaza mejor.
O.

Señales de letreros amarillos, que cruzan. Calles alocadas de un transito imposible. Paneles solares que reflejan la hechicería. Un escudo que raja la tierra. Parpadea dentro del agua. Siempre. Mojado. Multitud que se dobla.
En cuatro. Almas se parten. Eficientes humos de chimeneas que contaminan. El ambiente. A pesar del aviso de los sabios. Ha llegado Dios. Reyes, contadores y médicos. Luchan arrojándose ladrillos pesados. De una punta a la otra. Sin poder dar en el blanco.

En nadie.

Es otra de las batallas. Universitaria. Suntuosa. Sentados en el cordel de la vereda. Observando cómo se filtra el cuerpo del enemigo. Enojados. Tristes. Otros huelen. Disimulan. Atónitos. Dan una ojeada. Esta escena de piedras rojas volando sobre cadáveres de sapo. Por encima de luchadores muertos en el campo de batalla.
Sin. Fin.

Ladrillos inmóviles en el aire, esperan. Donde golpear nuevamente. Nunca. Jamás se caen. Sólidos. Violeta. Rosa. Blanco. Colores, la imagen financiada por signos. De esperanza. Mientras. Nada. Esta abierto.

O.

El cacique. Chaman sentado aguardando. La pregunta. Maldiciente. Que no dará la tierra. Ya. La mano del hombre. Se perdió en una ingente luz, dentro. Allí. El hambre festeja, y la madre asesina glorifica. Inapelable. Par y Certeza pactan el ritmo del destierro.

La fiera se alinea mejor. Mide.
Ya cerca de su único salto.

Las plantas de los pies. Vendadas. Intacto. Aun los pedazos de vidrios reparados, celestes. En venta. La calle bloqueada. Atascada. Por pacientes vestidos de luto.
Pacientes. Por la pérdida. Aguardando. Caminado sobre cristal molido. Sin dolor. Un cajón marrón, de selecta madera. De caoba. Adentro. El difunto es polvo de cobre refinado.

O.

Blasones nuevos rasgados de noticias. A toda memoria. Amantes enfermos. En una callo un borracho sentado al borde. Caos. Apagón. Gente que corre. Huye. Oscuridad. Luz. Pasajes. Pasos. Llaves se tuercen. Reformados laberintos. Puertas que se cierran. Tranqueras. Bustos en sendero.

Pacientes,

Pacientes llenos de paciencia. Cuando ya. Yo la he perdido. La cantante. Canta. Observando. Tango. Un perro perdido en una nube plateada. Un techo rojo saltando de un lugar a otro, en el salón de danza del supermercado. En la noche. La luz encendió dejando al descubierto. La soledad, mis unas sucias y piel gastada por un tiempo pasado. Fue mejor. Azucarado y meloso.

Y.

En las gomerías. Gente moría.

En.

Números impresionantes, grandes. Por la contaminación publica de las iglesias ardientes. Acompañando el humo. En las bibliotecas. Aun. El azúcar no se había derretido. Miel y la policía estaban por primera vez juntas de la mano. Alertas. Flor. Extensiones.
Cruceros sembrando el pánico. Surcaban. Los masones con sus compases afilados. Y sus escuadras medidas y aplomadas. Seguían calculando un tiempo inimaginable para ellos. Quieto. Nunca. En un calendario azteca. La luna traspasaba los cimientos. Ante un pavimento fresco. Quebrado en dos. Potrillos enloquecidos, dejaban sus marcas. Huellas. Con sangre. El gris. Se mezclaba con el rojo. Dejando entrever un tono plateado y espiritual. De sacerdocio. Obispo. Violeta.

Libre.

Las calles cerraban, dejando a su paso. Los ríos secos. Veloces. Las montanas derretían el hielo. Aun. Así. La gente seguía muriendo. En las gomerías aglomeradas. Multitudes. Publico interminable construyendo colas infinitas cercanas al fuego. Golpeándose contra las paredes. Insistentemente.

Trataban.

Las grandes maquinarias. Movidas por gigantes transatlánticos y trenes. A la fuerza. Simultáneos. En auxilio de cadáveres adúlteros. Dispersos. Sucesivamente. Día a día. La goma quemándose al sol creaba una humareda. Sin bronceador. Los veterinarios se volvían locos. Los médicos se volvían cuerdos. Los abogados planchaban minuciosamente. Ropa. De cuello duro. Tomando medidas. Para la fiesta del último juicio legitimado. Sin cargo alguno. Aquel anónimo baile.

El tango.

Y su voz ronca, se disponía. Por última vez danzar. Alocado. El festejo de la fiera que ya había realizado el salto.

Perfecto.
Pasado.


Devorando. Finalmente, los niños dispuestos. Por el Rey a la hora exacta. Sobreviven. El hambre, satisfecha. La madre asesina. Reina. Finito de la última cena compartida con el par y la certeza. Música de tango sueña.
Todavía. Los médicos amenazados por aceitunas verdes. Corrían desesperados. Buscando propiedades. Sombra. Sentido. Escalando escalofriantes escaleras. La multitud tomándose un café oscuro. Los observaba en su carrera.

Licenciada.

Por agentes mejicanos. Entonces. Fue. Que. El verdadero valor, quedo en las ferreterías. Los atletas todavía. Desesperados. Por competir y ganar. A los negros. Insistían enfadados. Nadando en aguas turbulentas y sin reparación. Sin entrenamiento. Sin ningún condicionamiento que los venciera en su negocio. El agua estaba descompuesta por la diarrea. El publico ovacionando. Defecaba. Los atletas sabían. Que. Jamás alcanzarían los altos.

Lo único que pudo salvarlos.

Fue. La. Lluvia. Que.
Clara. Saludable. Cayo.
Sin final. Largamente. Casta.

Limitando todo hasta los huesos. Limpiaba. Era una larga. Interminable lluvia que seguía cayendo. Aquí. Queda. El hambre asesinada, y la madre glorificada. Inapelable. Par y Certeza se dieron por muertos. La fiera se ausento. Presumida. Las voces se apagan. El tango. Acabo.

O.

Enigma. Conciencia. Duermo
.

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